Monasterio Cisterciense Santa María la Real de Villamayor de los Montes -Burgos, España-

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¡Acércate a nuestras raíces!- Bernardo de Claraval

Santo Abad cisterciense y Doctor de la Iglesia, s. XII

FOTODoctor "melifluo" le llamamos por la dulzura de sus escritos.

Doctor "melifluo" le llamamos por la dulzura de sus escritos.

 

Ponemos en vuestro conocimiento la obra de Dios en hombres y mujeres que contribuyeron a la consolidación de lo que hoy conocemos por carisma cisterciense.

FOTOPintura de Francisco de Ribalta

Pintura de Francisco de Ribalta

Considerado como el paradigma de la expansión de la Orden cisterciense.

Apenas fundado el Nuevo Monasterio- primer enclave de la Orden en 1098-, sus iniciadores: Roberto, Alberico y Esteban, tuvieron que superar innumerables dificultades, en el inicio de esta "reforma benedictina", grandemente admirada, pero no imitada, por lo ustero y pobre de su propuesta monástica.
Estos monjes- procedentes de un monasterio benedictino- así lo vieron necesario y quisieron ser coherentes con el signo de los tiempos que necesitaba y pedía la Iglesia del momento.

Cuando Bernardo llega con una treintena de compañeros al Nuevo Monasterio, todo parecía condenado a desaparecer. San Esteban Harding- el último de nuestros tres fundadores- a la sazón abad de Cister, los recibió. Tras un año en dicho monasterio, envió a Bernardo a fundar "Claraval", o "Valle de claridad". Bernardo partió hacia esa nueva fundación junto con el grupo que había ingresado con él.
Qué decir de sus compañeros: ¡su padre, sus hermanos, compañeros de armas y amigos nobles! Un sonado cortejo del que se sirvió Dios para espolear el corazón de los hombres y de las mujeres de su tiempo.

A partir de ese momento cambió la crítica situación del Nuevo Monasterio; todo fue un llamar constante de nuevos candidatos a la vida monástica, y el expandirse el carisma cisterciense, repoblando de monasterios toda Europa.

Testimonio de un monje cisterciense de nuestros días

Cada vez que entro en la fría sacris­tía de mi monasterio miro con ojos nuevos la copia del cuadro de Francisco Ribalta de Cristo abrazando a san Ber­nardo, maestro del amor de Dios, como santa Teresa. El deseo de inmensidad expresado en el lema teresiano «Solo Dios basta» tiene el rostro concreto de Jesús, el Hijo de Dios «que me amó y se entregó por mí». Desde novicio, cuando en la madrugada los monjes sacerdotes y algún sacerdote huésped se revisten en silencio, ese cuadro ha sido testigo de mis años en el claustro.
Quizá sea el mejor signo de mi experiencia en el monasterio. El abrazo de Dios a la humanidad, concretada en la persona humana de Jesús, Hombre y Dios, y en mi persona, con todas mis pobres deficiencias.
La espiritualidad cisterciense ha llamado al monasterio Schola caritatis, escuela donde la debilidad humana y la caridad de Dios se encuentran, pues como enseñaba san Bernardo a sus monjes «no pecar es propio de la santidad de Dios; la santidad del hombre es la indulgencia de Dios», indulgencia que se traduce en una mutua misericordia entre los herma­nos que «se toleran sus deficiencias físicas y morales» (R.B. LXXII, 5).
Podemos ver cómo hoy muchos monasterios son atractivos lugares de turismo. Pero el fundamento de nuestra vida monástica no son las piedras de un claustro, sino Cristo (cf. 1 Cor 3,11); Él ha elegido a unos pobres hombres que su cotidiana debilidad les hace saber que «solo Dios basta».

Fr. Miguel M.a Vila Arteaga, ocso San Isidro de Dueñas (Patencia)


Más información en la web:

- San Bernardo Abad


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