Monasterio Cisterciense Santa María la Real de Villamayor de los Montes -Burgos, España-

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Gertrudis la Magna, levantada por Cristo a una vida santa

FOTOSanta Gertrudis novicia con su maestra Santa Matilde

Santa Gertrudis novicia con su maestra Santa Matilde

Un dato seguro que poseemos de Gertrudis de Helfta es sobre su origen, sabemos que nació el 6 de Enero de 1256. Sobre el lugar de su nacimiento y sobre quienes fueron sus padres lo ignoramos todo. Este silencio nos puede sugerir que en torno a su familia existían circunstancias- que no podemos saber- que era conveniente no sacar a relucir, bien porque fuera hija ilegítima, abandonada, o de familia pobre en un monasterio como el de Helfta en el que su composición era mayoritariamente hijas de familias nobles del entorno.

 Sabemos que entró en el monasterio a la edad de cinco años- aunque ignoramos también en calidad de qué, si para su educación, si como oblata o recogida-. El hecho de un ingreso a tan tierna edad, hace suponer- sin mucho margen de error- un vacío afectivo familiar que marcaría inevitablemente su forma de ser, su espiritualidad, y su experiencia de lo sagrado y lo humano.

 

En un texto anónimo de una amiga de Gertrudis, la autora pone en labios de Cristo estas palabras: «Yo la he privado de todos sus parientes, para que así nadie la amara por este título y fuera yo el único motivo del cariño que le profesaban sus amigos». La frase en negrilla nos parece muy significativa, quizás nos esté indicando que en realidad su familia pertenecía a la alta nobleza- ¿Cómo si no podría ser amada por su origen?- aunque fuera hija ilegítima. Ese mismo texto nos indica su natural afectivo; Gertrudis debió ser una mujer que tuvo muy buenos amigos.
Cuando ingresó en el monasterio se encontró arropada por dos madres espirituales que ejercieron una gran influencia en su vida: Gertrudis de Hackeborn, que era la abadesa, y Matilde, hermana de la anterior y responsable de la educación de las niñas y novicias.

 Su infancia fue demasiado rápida; hacia los quince años de su vida pasó al noviciado y profesó a los dieciséis años. Su vida externa no se destacaba por su piedad, pero tampoco por su disipación. Cumplía con sus deberes, y participaba asiduamente en el Oficio divino… a pesar de ello Gertrudis no tenía paz, sentía su corazón dividido; ella misma cuenta en sus escritos: «no buscaba a Dios de verdad».

¿Qué le estaba pasando?
La clave hay que encontrarla en la gracia de conversión que recibió durante el Adviento de 1280, a pocos días de cumplir sus 25 años. Su espíritu estaba alterado y profundamente a disgusto por lo “insoportable” que le resultaba la vida regular y su propia vida en el monasterio. Entró en una “depresión” cuya causa última debió de ser un profundo sentimiento de soledad. Sin embargo aconteció un «encuentro» que marcaría un punto de inflexión en su vida. Se podría describir de la siguiente manera:

 Adviento de 1280, Gertrudis a punto de cumplir los 25 años, ya ha dejado 20 años de su vida en el monasterio. Su llegada a los 5 años estuvo envuelta en silencios incómodos. La niña no ha conocido el calor humano de unos padres y hermanos, y además ha sido abandonada a tan tierna edad en un lugar extraño. El monasterio había sido para ella el único verdadero hogar que había conocido. En él había recibido cariño, protección y educación. Sus compañeras y amigas, su maestra, la abadesa y la comunidad entera, eran la única familia que recordaba; por lo tanto no debería haber echado de menos nada. Pero no fue así, todos sabemos que la vida pasa factura: pese al cariño recibido de su comunidad según van pasando los años, Gertrudis no puede evitar el hacerse preguntas que quizá intenta acallar manteniéndose ocupada. Hay momentos en los que se siente sola en el mundo, le vence el sentimiento de orfandad. Trata de mantenerse ocupada- además de satisfacer su curiosidad innata y una cierta búsqueda de notoriedad- con los estudios. Hasta que estos mismos estudios pierden el carácter novedoso y se revelan como carentes de atractivo…
Un día de frío, hacia mediados de adviento, su amiga del alma le anuncia que está esperando la visita de una de sus hermanas, que viene a felicitar a la comunidad por las próximas fiestas de Navidad, y pide a Gertrudis que le acompañe. Ella piensa: « ¡Vaya al menos podré distraerme un poco!» Al presentarse ante la hermana de su amiga ve que ha venido acompañada por su esposo (¡Qué guapo es!, no puede evitar pensar Gertrudis al ser presentada) y de sus hijos (¡Qué guapos son también!) El marido, sin poder evitarlo, lanza disimuladamente a su mujer encendidas miradas de amor que no pasan desapercibidas para Gertrudis.
Mientras mira en silencio, ve nacer en su interior un sentimiento de envidia y tristeza. Poco después, al quedarse sola, se va al rincón de la capilla en donde hace su oración y se poner a pensar: se ve a sí misma con 25 años y se da cuenta de que su juventud se está acabando. Se ve a sí misma como hubiera sido su vida si fuera la madre y esposa que acaba de dejar y sueña… de repente la realidad se impone: ¡Nunca va a ser madre y nunca ha tenido, ni tendrá, a alguien que le haya dicho una palabra de amor!; a ella, que es pura afectividad y a quien le gusta disfrutar de la vida, aunque se haya refugiado en la “aseptividad” de los estudios.

La tristeza cae sobre ella como una losa y empieza a desear lo que nunca se había planteado abiertamente: necesita a alguien en quien volcar su necesidad de amar. Siente hastío al pensar que toda su vida se va a desarrollar entre las cuatro paredes de su monasterio y en unas prácticas que no le llenan en absoluto y a las que tampoco da mucho crédito. 
Esto le llena también de miedo, pues al fin y al cabo, es monja y tiene el sentido de sus obligaciones como tal.

 Un día, ya pasada la Navidad cayó en la cuenta de que la había dejado pasar sin pena ni gloria… Intentó entonces meditar sobre la fiesta y, sin esperarlo, tuvo una revelación: había nacido un niño,… un niño que siendo un ser humano tangible… es DIOS. Gertrudis queda conmovida ante ese niño nacido por nosotros (por ella), y sin mérito alguno. A Gertudris se le revela el misterio de la Encarnación. El descubrimiento de Gertudris no es efecto, como sucede de ordinario, del trabajo del entendimiento, sino de «la gracia especial». Una gracia ¡tan fuerte! Se siente rejuvenecida y rescatada gratuitamente de la postración en la que estaba.

A continuación, en el libro que ella misma tituló: «La gracia especial», Gertrudis relata la visión que tuvo después de Completas, de un joven amable y distinguido de unos dieciséis años de edad, que con rostro lleno de bondad y voz suave le interpela sobre lo innecesario de su tristeza.

 

 

mística de Helfta

 

Gertrudis acaba por identificar a este personaje con Jesús de Nazaret, al distinguir las cinco llagas de su pasión…

En ese momento de la noche tuvo lugar un bello diálogo entre ambos, que encendió la vida esponsal de esta mística cisterciense.
Las que conocemos algo de su vida y escritos, sabemos del gran vuelco que esta experiencia mística dio a su vida.

 En nuestros días, es un referente para tantas personas anónimas, llenas de debilidades, en las que nadie se fijaría o buscaría unsantidad de Gertrudis testimonio de «Vida de Santidad»: Vocación a la que Cristo nos llama a todos. Cristo la llevó a esa plenitud de Vida, que tiene preparada para todo hombre. Hoy podemos venerarla como Santa Gertrudis la Magna.



« Enseñanzas de san Bernardo Oración pidiendo la intercesión de Nuestro Padre San Benito. »

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