Monasterio Cisterciense Santa María la Real de Villamayor de los Montes -Burgos, España-
Vida Cisterciense
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De entre los sermones de san Bernardo al Cantar de los cantares hay uno que nos viene como anillo al dedo para profundizar sobre el Don de la Fe y dar gracias a Dios por ello.Era propio de la Edad Media el hablar del sentido del oído- de la escucha de la Palabra de Dios- más que de los otros cuatro sentidos. Nuestros Padres cistercienses no hicieron más que recoger la herencia del monacato en sus orígenes, así como la enseñanza de los Padres de la Iglesia, que se concentraba en el oído, como órgano vital para la vida del cristiano. Posteriormente, con la Escolástica, se empezó a potenciar la vista. Podría decirse que con el último sínodo de obispos sobre la Palabra de Dios, nuestro santo Padre Benedicto XVI no hacía otra cosa que prepararse el terreno. A saber, que después de hablarnos sobre la escucha de las Sagradas Escrituras- algo muy propio de nuestra vida monástica y que practicamos en la lectio divina- es llegado el momento para hablarnos claro, al oído, sobre el Don que dimana de dicha ‘escucha’: «la fe sigue al mensaje» (Rm 10,17)¡Oh Hombre! Se te está hablando de Dios, cada Palabra que te da la Iglesia es como aldabonazo a ‘la puerta’ que es tu oído.«El oído», dice san Bernardo, «ha sido la primera puerta por la que entró la muerte y será la primera en abrirse a la vida».San Bernardo hace una preciosa meditación ‘a costa’ de la Magdalena, quien atrapada por los sentidos, pretende aferrar la carne de Jesús una vez resucitada.Pero no es este el camino que consta en las Escrituras, que recoge el evangelista y que nos trae a colación en este sermón 28 san Bernardo:
«el centurión que estaba frente a él, al ver que había expirado dando aquel grito, dijo: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios» (Mc 15,39)
Creyó a lo que oyó y por el grito, no por su aspecto, reconoció al Hijo de Dios.
Al modo que lo hacen otros autores contemporáneos, nuestro Padre Bernardo- desde hace siglos-nos viene explicando que fue lo que percibió su oído lo que le llevó a creer lo que no veían sus ojos.
No cualquier oído, sino el de un incircunciso según la carne- un centurión romano, ajeno al pueblo judío- pero al que previamente el Espíritu punzó el corazón, abriendo una puerta por la que pudiera darse paso a la Palabra, al Verbo de Dios.
Alguien dirá: «Pero…, ¡Yo quiero ver a Jesús!». Y ¿Quién no? San Bernardo nos descubre un camino, el cisterciense, para madurar los diferentes tiempos hasta llegar a la plenitud de todos ellos, pues a fin de cuentas estamos ante un Misterio.Nuestros antepasados- nos remontamos a la antigua Grecia-, comenzaron el camino proponiéndonos el tiempo de la razón (Filosofía). Los que recibimos la revelación de Jesucristo Hijo de Dios, llegamos a la edad de la fe (Teología) y el cristiano sigue experimentando una aspiración mayor, la de llegar a una etapa de nuestra existencia, que podríamos llamar nuestra ‘edad de oro’, la de la Mística: cuando Jesús mismo nos enseña, y hablas con él ‘cara a cara’; en la que para qué leer; ni siquiera necesitaremos estudiar y teologizar: ¡Dios mismo te habla!San Bernardo lo describe,-este paso de Filosofía a Teología y finalmente a Mística-, con el paso por el afecto, siguiendo por el deseo, arribando a la fe.Nadie como los Padres cistercienses para entender el misterio de la encarnación, hasta sus últimas consecuencias. Comprendiendo al hombre en su realidad carnal y espiritual inseparablemente.«Lo tocarás con la mano de la fe, con el dedo del deseo, con el abrazo del amor, con la mirada del espíritu».
Sínodo de la Palabra, Sínodo de la Fe,…ESCUCHA…, FE…, no sería mucho aventurar un futuro Sínodo de Obispos versándonos cómo alcanzar esta madurez en la vida del renacido de la Palabra y del Don del Espíritu Santo, cómo desarrollar esta ‘mirada’ espiritual:
Cómo puede llegar el cristiano a ser un Místico.
Tenemos el Sermón 28 al alcance de nuestro oído, esperamos que lo apuréis hasta alcanzar el gusto espiritual que nos propone.
SERMON 28 al Cantar de los Cantares
I. 1. Creo que recordáis a qué Salomón y a qué pabellones de Salomón se compara la hermosura de la esposa, si es que nos pueden servir para mostrar y valorar la semejanza de su hermosura. Pero si creemos que debe relacionarse más con su tez morena, nos limitaremos a recordar con qué pieles se cubría la tienda de Salomón. Eran sin duda negras, porque cada día estaban expuestas al sol y al azote de las lluvias. Y no en vano: porque querían conservar en su interior toda la elegante decoración que atesoraban.
Por esta razón, la esposa no niega que tiene la tez morena; se excusa. Porque no se siente deshonrada por nada que le exija el amor, si es que no lo condena el juicio de la verdad. En definitiva ¿quién enferma sin que ella no enferme? ¿Quién cae sin que a ella no le dé fiebre? Por ello se reviste de una compasión humillante, para mejorar o curar así el vicio de la pasión del hermano; y se vuelve morena por el celo de su candor y por el servicio de su hermosura.
II. En efecto, se ennegrece uno y blanquea a muchos, no porque le mancha la culpa, sino porque le debilita su solicitud. Antes que perezca la nación entera, conviene que uno muera por el pueblo. Conviene que a uno se le vuelva la tez morena en beneficio de todos por su semejanza con la carne de pecado, para que no se condene toda la nación por la fealdad del pecado; que se vuelva tiniebla el esplendor y la figura de la sustancia de Dios bajo la forma de siervo, para que vivan los siervos; que la blancura de la vida eterna se ensucie en la carne para purgar la carne; que el más bello de los hombres se sumerja en la oscuridad de su pasión para iluminar a la humanidad entera, se desfigure en la cruz —macilento por la muerte— como raíz en tierra árida, sin figura y sin belleza, a fin de rescatar a su esposa la Iglesia sin mancha ni arruga. Reconozco ahora la tienda de Salomón, incluso abrazo al mismo Salomón en su tienda ennegrecida. Él también tiene la tez morena, pero solo la tez: negro por fuera, en su piel, no por dentro. Toda la gloria de la hija del Rey está en su interior.
Interior es la blancura de su divinidad, la belleza de sus virtudes, el esplendor de su gracia, la pureza de su inocencia; pero cubierto bajo el color más despreciable de sus debilidades, como escondido su rostro menospreciado, probado en todo igual que nosotros, excluido el pecado. Reconozco su figura denigrada en su naturaleza; reconozco las pellizas con que se cubrieron sus primeros padres después de pecar. Porque se ennegreció a sí mismo y tomo la condición de siervo, haciéndose uno de tantos y presentándose como un simple hombre.
Bajo la piel de cabrito que simboliza el pecado, reconozco las manos que no cometieron pecado y la cabeza por la que nunca paso un mal pensamiento; por eso no hubo engaño en su boca. Sé que tú eres bondadoso, sencillo y humilde de corazón, de aspecto dulce, de espíritu benigno; y además eres el ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros. ¿Por qué te has vuelto velludo y áspero como Esaú? ¿A quién corresponde ese aspecto tan basto y horrible? ¿De quién es ese pelaje? Son míos: porque mis manos vellosas reflejan la semejanza con el pecado. Confieso que son míos y que con esta piel veré a Dios mi Salvador.
3. No le vistió así Rebeca, sino María; y recibirá más dignamente la bendición cuanto más santa es la que le engendro. Pero este vestido, el mío, le cae muy bien; me garantiza la bendición y me da el derecho a la herencia. Ya él había escuchado: Pídemelo, te daré en herencia las naciones, en posesión los confines de la tierra. Te daré tu herencia y tus propiedades. ¿Cómo dices que se la darás, si ya le pertenece? ¿Y cómo le aconsejas que pida lo suyo? ¿Cómo es suya, si debe pedirla? No; es que la pide para mi, pues para eso se revistió de mis apariencias, para defender mi causa. Así lo dice el Profeta: Nuestro castigo saludable cayó sobre él. El Señor cargo sobre él todos nuestros pecados; por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, como dice el Apóstol, para ser compasivo.
II. Por eso, la voz es la voz de Jacob, pero los brazos son los brazos de Esaú. Lo que se oye es suyo, pero lo que se palpa es nuestro. Lo que dice es espíritu y vida; lo que se ve es mortal y muerte. Una cosa es lo que se ve y otra lo que creemos. Los sentidos delatan que su tez es morena; la fe demuestra que es blanca y hermosa. Es morena, para los ojos de los insensatos; mas para los espíritus fieles es hermosa. Es moreno, pero hermoso; es negro en opinión de Herodes; es hermoso, según la confesión del ladrón y la fe del centurión.¡Qué hermoso lo vio aquel que exclamó: Verdaderamente este hombre era hijo de Dios! Pero hemos de pensar por qué lo advierte. Pues si hubiera hecho caso a las apariencias, ¿Cómo podría ser hermoso e hijo de Dios? Cuando extendía sus brazos en la cruz, colgado entre dos malvados, provocando la irrisión de los malhechores y el llanto de los fieles, ¿qué podían percibir quienes lo contemplaban sino su negra deformidad? Solo era objeto de escarnio, el único que debía causar terror, el único que debía ser venerado. ¿Cómo pudo captar la hermosura de un crucificado y que era el Hijo de Dios, cuando fue contado entre los pecadores? Nosotros no podemos ni necesitamos responder, porque ya se nos adelantó el evangelista: El centurión que estaba frente a él, al ver que había expirado dando aquel grito, dijo: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios. Creyó a lo que oyó y por el grito, no por su aspecto, reconoció al Hijo de Dios. Posiblemente era una de aquellas ovejas de las que dijo: Mis ovejas oyen mi voz.El oído escucha lo que no pueden percibir los ojos. La apariencia traicionó a los ojos; la verdad penetró por el oído. Los ojos denunciaban su debilidad, su deformidad, su miseria, su condenación al patíbulo. Los oídos lo reconocieron hermoso e Hijo de Dios; pero no así los oídos de los judíos, por estar incircuncisos. Con razón Pedro amputó una oreja al siervo, para abrirle el paso a la verdad y para que ésta lo liberase, es decir, lo hiciera liberto. El Centurión aquel era un incircunciso, pero no de oídos; porque el simple grito del que expiraba le permitió reconocer al Señor de la majestad bajo tantos indicios de debilidad. No despreció lo que vio, porque creyó lo que no vio. Pero no creyó por lo que vio, sino indudablemente por lo que oyó, pues la fe sigue al mensaje. Habría sido más digno que la verdad entrase en el alma por las ventanas de los ojos, que son más perfectos; pero a nosotros, alma mía, eso se nos reserva para el final, cuando contemplemos cara a cara.
Ahora, en cambio, el remedio entrará por donde entró la enfermedad. Así la vida seguirá los pasos de la muerte; la luz los de las tinieblas; el antídoto de la verdad los del veneno de la serpiente. Así el ojo enturbiado curará y verá, ya sano, al que no podía ver, irritado. El oído ha sido la primera puerta por la que entré la muerte y será la primera en abrirse a la vida; el oído, que nos dejó ciegos, nos devolverá la vista; porque si no creemos, no comprenderemos. Es decir, que el oído se acredita el mérito, y la vista el premio. Por eso dice el Profeta: Hazme oír el gozo y la alegría, porque el premio del oído será la visión, y el mérito de esta dichosa visión será la audición en la fe. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios; pues es necesario purificar el ojo para ver a Dios, como se nos dice: Ha purificado sus corazones con la fe.
6. Ahora, aquí, mientras no esté dispuesta la visión, debemos abrir el oído y ejercitarlo, para que acoja la verdad. Feliz aquel a quien la Verdad le dice, como testigo: Me escuchaba y me obedeció. Seré digno de esa visión si antes he sabido obedecer lo que escucho; contemplaré confiado al que antes he rendido el obsequio de mi obediencia. ¡Qué feliz el que dice: El Señor me abrió el oído; yo no me resistí ni me eché para atrás! Aquí tienes una forma de obediencia voluntaria y un ejemplo de magnanimidad. Porque el que no se resiste es espontáneo; y el que no se echa atrás, persevera. Ambas cosas son necesarias, pues Dios se lo agradece al que da de buena gana, y quien persevera hasta el fin ese se salvará. Quiera Dios abrirme el oído, para que penetre en mi corazón la palabra de la verdad, limpie mi vista, me préparé una vision gozosa y yo mismo pueda decir a Dios: Tu escuchas los deseos de mi corazón. Ojalá oiga yo a Dios junto con todos los que le obedecen: Vosotros estáis ya limpios por el mensaje que os he comunicado. No todos los que escuchan están limpios, sino los que obedecen. Dichosos los que lo escuchan y lo cumplen. Esa escucha es la que requiere el que prescribe:Escucha, Israel. Esa es la actitud del que respondía: Habla, Señor, que tu siervo escucha. Así lo promete el que dice: Voy a escuchar lo que me dice el Señor Dios.
III. 7. No ignores que también el Espíritu Santo sigue este mismo proceso en la formación espiritual del alma; a saber, antes de recrear la vista educa el oído. Por eso dice: Escucha, hija, y mira. ¿Por qué fuerzas la vista? Dispón tus oídos. ¿Deseas ver a Cristo? Primero debes oírle, oír lo que te dicen de él; y cuando lo veas exclamarás: Lo que hemos oído lo hemos visto. Es inmenso su resplandor y tu vista débil no puede soportarlo. Puedes oírle, no verlo. Cuando Dios gritaba: Adán, ¿dónde estás?, el pecador ya no lo veía, pero le oía. Si antes es sumiso, atento y fiel, el oído devolverá la vista. La fe purificará al que enturbio la impiedad; y al que cerró la desobediencia lo abrirá la obediencia. Además dice:Lo he comprendido por tus preceptos, es decir, la observancia de los mandamientos devuelve la inteligencia que había perdido por su trasgresión.
Recuerda al santo Isaac. En su avanzada vejez mantuvo el oído más vivo que todos los demás sentidos. Se nublan los ojos del Patriarca, le traiciona el paladar, le fallan las manos, pero no el oído. ¿Te extraña que sus oídos perciban la verdad? ¿No sigue la fe a la escucha, no es el oído el receptáculo de la palabra de Dios, y la palabra de Dios no es la misma verdad? La voz, dice, es la voz de Jacob: nada más cierto. Pero los brazos son los brazos de Esaú: nada más falso. Te engañas; el parecido de los brazos te ha traicionado. Tampoco se halla la verdad por el sentido del gusto, por delicado que sea. ¿Cómo puede poseer la verdad el que piensa que está comiendo un venado, cuando come la carne de un cabrito de casa? Mucho menos los ojos que no ven nada. Ni la verdad ni la sabiduría se alcanzan con la mirada. ¡Ay de vosotros que os tenéis por sabios ante vuestros propios ojos! ¿Acaso puede ser recta una sabiduría maldita? Es mundana y por eso es necedad ante Dios.La sabiduría recta y verdadera es interior y totalmente oculta, como lo siente el santo Job. ¿Por qué la buscas fuera en los sentidos corporales? El sabor se percibe en el paladar; y en el corazón la sabiduría. No busques la sabiduría en la visión carnal, porque no la revelan ni la carne, ni la sangre, sino el espíritu. No se encuentra en el sabor de la boca, ni está entre aquellos que viven deliciosamente. Ni en el tacto de las manos como lo dice el Santo: No me he besado mi propia mano, porque es un gran delito y renegar de Dios. Yo creo que esto ocurre cuando el don de Dios, que es la sabiduría, no se adjudica a Dios, sino a los méritos de las obras. Sabio fue Isaac, pero se equivocaron sus sentidos. El oído solo posee la verdad si percibe la palabra.
Con razón se le prohíbe tocar la carne resucitada del Verbo a la mujer cuya sabiduría aun era carnal, porque daba más valor a sus ojos que al oráculo, es decir, mas al sentido carnal que a la Palabra de Dios. No creía que resucitaría el que había visto muerto, a pesar de que él mismo lo había prometido. Y por eso no descansaron sus ojos hasta que su mirada se sació, pues no le consolaba la fe ni la promesa hecha por Dios. ¿Acaso no pasarán y desaparecerán el cielo y la tierra, y cuanto pueden contemplar los ojos carnales, antes que desaparezca una sola letra o un solo acento de cuanto Dios ha hablado? Sin embargo, ella rehusó consolarse con la Palabra de Dios, y dejo de llorar con la visión de sus ojos, porque tuvo más experiencia que fe. Pero una experiencia engañosa.Por eso le remite al conocimiento más, cierto de la fe; la cual se abraza a lo que ignoran los sentidos y no busca la experiencia. Y le dice:No me toques, esto es: desentiéndete de ese sentido seductor; apóyate en la palabra y familiarízate con la fe.
IV. La fe ignora el error, la fe abarca lo invisible, no conoce la limitación de los sentidos; además trasciende los límites de la razón humana, el proceso de la naturaleza, los términos de la experiencia. ¿Por qué le preguntas a la mirada lo que no puede saber? ¿Para qué se empeñan las manos en palpar lo que le supera? Todo lo que te pueden enseñar es de un nivel inferior. Pero la fe te dirá de mí cosas que no menguan en nada mi majestad. Aprende a poseer con más certeza, a seguir con más seguridad lo que ella te aconseja. No me toques, que aún no estoy arriba con el Padre. Como si cuando haya subido, quisiera que lo tocasen o fuese ello posible. Claro que podrá; pero con su afecto, no con sus manos; con el deseo, no con la mirada; con la fe, no con los sentidos. ¿Por qué quieres tocarme ahora, si valoras la gloria de mi resurrección por lo que te dicen los sentidos?
¿No sabes que durante el tiempo de mi mortalidad, los ojos de mis discípulos no pudieron soportar la gloria de mi cuerpo transfigurado, que aún debía morir? Todavía complaceré tus sentidos revistiéndome de siervo, para que puedas conocerme como antes. Pero mi gloria es extraordinaria, se ha consolidado y no puedes acercarte a ella. Prescinde, pues, de tu juicio, suspende tu opinión y no te fíes de la definición que puedan darte los sentidos de un misterio reservado para la fe. Ella lo definirá con mayor propiedad y certeza, porque lo comprende más plenamente. Ella abarca en su seno místico y profundo lo que se entiende por la largura, anchura, altura y profundidad. Lo que el ojo nunca vio, ni oreja oyó, ni hombre alguno ha imaginado, la fe lo lleva cerrado y lo guarda sellado dentro de sí misma.
10. Me tocará dignamente la fe, si me acepta sentado a la derecha del Padre, no en la forma de siervo, sino en un cuerpo celestial idéntico al anterior, aunque de forma distinta. ¿Por qué quieres tocar mi cuerpo deformé? Espera un poco y tocarás mi cuerpo hermoso. Pues lo que ahora es deformé se volverá bello. Es deformé para el tacto, deformé para la mirada, deformé, en fin, para tu deformidad, porque te apoyas más en los sentidos que en la fe. Sé tú hermosa, y tócame; sé fiel y serás hermosa. Tu hermosura tocará al hermoso con mayor dignidad y gozo. Lo tocarás con la mano de la je, con el dedo del deseo, con el abrazo del amor, con la mirada del espíritu.
¿Tiene todavía su tez morena? De ninguna manera. Tu amado es blanco y sonrosado. Todo hermoso, envuelto entre flores y rosas y azucenas de las vegas, esto es, por los coros de los Mártires y de las Vírgenes. Y yo, en medio, no desentono del coro, porque soy virgen y mártir. ¿Cómo podría desafinar en el coro de las Vírgenes, si soy virgen, hijo de la Virgen y esposo de la Virgen? ¿Cómo no armonizaría con las rosas de los mártires, si soy la causa, la fuerza, el fruto y la forma del martirio? Con estas condiciones suyas abrázale diciendo: Mi amado es blanco y sonrosado, descuella entre mil. Miles de millares están con el amado, millones están en torno al amado, pero nadie es igual que el amado.
No temas, pues, que has de equivocarte buscando al que amas entre semejante multitud. No podrás dudar al elegirlo. Fácilmente, descollando sobre todos, te encontrarás con el más hermoso. Y dirás: ¿Quién es ese, vestido de gala, que avanza lleno de fuerza? Ya no tiene su tez morena, como hasta ahora. Tuvo que llevarla consigo ante sus perseguidores, para que le despreciaran hasta matarle; y ante sus amigos, para que le reconocieran después de su resurrección. No, no se presentará con su tez morena sino con una túnica blanca, el más hermoso, no entre todos los hombres sino entre todos los rostros de los ángeles. ¿Por qué te empeñas en abrazarme, revestido de humildad, bajo la forma de siervo, con apariencias despreciables? Abrázame en mi hermosura celestial, coronado de gloria y honor, temible por mi majestad divina, pero afable y complaciente por mi serenidad natural.
V. 11. Hemos de enaltecer la prudencia de la esposa y la profundidad de sus palabras, que bajo la figura de los pabellones de Salomón ha buscado a Dios, vivo en su muerte, encumbrado de honor y de gloria entre sus oprobios, blanco y resplandeciente por la inocencia de sus virtudes, bajo el exterior humillante de un crucificado. Porque debajo de esos pabellones negros y despreciables se conservan unos ornamentos más ricos y resplandecientes que las mismas riquezas del rey. Tenía razón para no despreciar la negrura de sus pieles, buscando la hermosura que ocultaban. Pero algunos la despreciaron porque la desconocieron por completo. Pues si lo hubieran conocido no habrían crucificado al glorioso Señor. No le conoció Herodes y lo despreció; no le conoció la Sinagoga y le echo en cara el baldón de su impotencia y de su pasión. Ha salvado a otros y él no se puede salvar. ¡Cristo, Rey de Israel, que baje ahora de la cruz y le creeremos! Pero conoció el ladrón desde la cruz al que colgaba de su cruz y confesó la pureza de su inocencia: Este no ha hecho nada malo. Y dio testimonio de la majestad de su gloria regia: Acuérdate de mí cuando vuelvas como Rey. Lo conoció el centurión que lo aclamó como Hijo de Dios.Y lo conoce la Iglesia, que imita su deformidad para participar de su hermosura. No se avergüenza de parecer y ser llamada morena, para decir al amado: Las afrentas con que te afrentan caen sobre mí. Es realmente negra como los pabellones de Salomón, por fuera, no por dentro: pues por dentro tampoco Salomón tiene la tez morena. Por eso no dice: «tengo la tez morena como Salomón», sino: como los pabellones de Salomón, porque la negrura del verdadero Pacífico es solamente superficial. Por el contrario, la suciedad del pecado es interior; antes de que lo perciban los ojos, la culpa ya ha manchado todo el corazón. Por eso del corazón salen las malas ideas, los homicidios, adulterios, blasfemias; y eso es lo que mancha al hombre, pero nunca a Salomón. Jamás encontrarás en el verdadero Pacífico estas corrupciones. Pues el que arranca el pecado del mundo debe estar sin pecado; así será idóneo para reconciliar a los pecadores y tendra el derecho de apropiarse el nombre de Salomón.
12. Pero también ennegrece la aflicción de la penitencia, cuando llega al llanto por los pecados. A buen seguro que Salomón no me lo reprueba, si espontáneamente me visto de ella por mis ofensas, porque un corazón quebrantado y humillado Dios no lo desprecia. También te afecta la compasión cuando sientes lástima del afligido, y cuando la desgracia del hermano te roba el color. Tampoco esto lo repudia nuestro Pacífico. Él mismo se dignó asumirlo por nosotros, cuando soportó nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz. Y también ennegrece la persecución, que se valora como la mayor gala cuando la acepto por la justicia y la verdad. Así está escrito: Los apóstoles salieron del Consejo contentos de haber merecido aquel ultra] e por causa de Jesús. Y también: Dichosos los perseguidos por la justicia. Yo creo que quien mejor puede preciarse de ello es la Iglesia: ella es la que imita con mayor agrado las tiendas del esposo. Y así se lo había prometido él: Si a mí me han perseguido, lo mismo harán con vosotros.
VI. 13. Por eso prosigue la esposa: No os fijéis en mi tez oscura, es que el sol me ha bronceado; esto es: no me re- probéis mi deformidad, ni os fijéis en que la persecución que arremete contra mí, me haya dejado menos deslumbrante y menos sonrosada según la gloria mundana. ¿Por qué me echáis en cara la tez morena que me cubre por la violencia de la persecución, no por la deshonra de mi vida? O tal vez compara al sol con el celo por la justicia que le abrasa y le envuelve, según aquello del Señor: Me devora el celo de tu templo. Y también: Me consume el celo, porque mis enemigos olvidan tus palabras.
Y aquello otro: Sentí indignación ante los malvados, que abandonan tu voluntad. Y además: ¿No aborreceré a los que te aborrecen, no me repugnarán los que se te rebelan? La esposa cumple también atentamente lo que dice el Sabio: ¿Tienes hijas? No les muestres un rostro demasiado complaciente. Es decir, a las perezosas, voluptuosas y las que eluden toda disciplina, no manifiestes el calor de la dulzura, sino una severidad sombría.
Broncearse por el sol equivale a abrasarse en el amor fraterno. Llorar con los que lloran, alegrarse con los que se alegran, sufrir con los que sufren, quemarse con el que cae. O esto otro: me ha bronceado el sol de la justicia, Cristo, por cuyo amor desfallezco. Esta languidez de mi color es como si me consumiese y desfalleciese todo anhelo. Por eso dice: Cuando me acuerdo de Dios, gimo; y meditando me siento desfallecer. Como el sol abrasador, el fuego de la ansiedad muda el color del que peregrina, porque anhela codiciosamente el rostro glorioso; la repulsa le hunde en la impaciencia y la espera atormenta al que ama. ¿Quién de nosotros se abrasa de tal modo en este santo temor, que por la ansiedad de ver a Cristo le hastían y rechaza todos los encantos de la gloria y alegría presente, poniendo por testigo a la voz profética: Nunca apetecí el favor de hombre alguno, tú lo sabes? Dirá también con el santo David: Mi alma rehúsa el consuelo, esto es, desprecia encubrirse con la satisfacción hueca de los bienes presentes.
También me ha bronceado el sol, porque acercándome a él y comparándome con su esplendor me veo más oscura, descubro mi tez más morena y desprecio mi fealdad. Por lo demás soy hermosa. ¿Por qué, eclipsada por la hermosura del único Sol, me llamáis morena? Puede ser que las palabras que siguen estén más de acuerdo con la primera interpretación. Pues cuando añade: Mis hermanos de madre se declararon contra mí, quiere decir que sufrió persecución. Pero con este tema comenzaremos el siguiente sermón, pues por ahora podemos quedar satisfechos con lo que hemos contemplado acerca de la gloria del esposo de la Iglesia; gracias a él, que es Dios bendito por siempre. Amén.
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