Monasterio Cisterciense Santa María la Real de Villamayor de los Montes -Burgos, España-
Vida Cisterciense
Una hermana guía la visita
Fin de semana y festivos de 11:00h a 13:00h y de 16:15h a 17:45hEntre semana acompañamos grupos
con cita previa llamando al 947189001
Empezamos la Pascua con una tarea encomendada por el papa Francisco; una de tantas,
como las que acostumbra pedir tras sus enseñanzas en Santa Marta.
Transcribimos la Homilía del Papa Francisco en la Vigilia Pascual (Basílica Vaticana, 19-4-2014),
pues de ahí surgió la idea. No tiene desperdicio y en caso de que ya la hayáis leído,
seguro que os encantará recordarla.
Pascua e ir a Galilea El Evangelio de la resurrección de Jesucristo comienza con el ir de las mujeres hacia el sepulcro,
temprano en la mañana del día después del sábado. Se dirigen a la tumba,
para honrar el cuerpo del Señor, pero la encuentran abierta y vacía.
Un ángel poderoso les dice: «Vosotras no tengáis miedo» (Mt 28, 5),
y les manda llevar la noticia a los discípulos: «Ha resucitado de entre los muertos
y va por delante de vosotros a Galilea» (v. 7). Las mujeres se marcharon a toda prisa y,
durante el camino, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «No temáis:
id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán» (v. 10).
«No tengáis miedo», «no temáis»: es una voz que anima a abrir el corazón
para recibir este mensaje.
Después de la muerte del Maestro, los discípulos se habían dispersado;
su fe se deshizo, todo parecía que había terminado, derrumbadas las certezas,
muertas las esperanzas. Pero entonces, aquel anuncio de las mujeres,
aunque increíble, se presentó como un rayo de luz en la oscuridad.
La noticia se difundió: Jesús ha resucitado, como había dicho...
Y también el mandato de ir a Galilea; las mujeres lo habían oído por dos veces,
primero del ángel, después de Jesús mismo: «Que vayan a Galilea; allí me verán».
«No temáis» y «vayan a Galilea».
Galilea, el lugar de la primera llamada, donde todo empezó. ¿Qué significa? Galilea es el lugar de la primera llamada, donde todo empezó.
Volver allí, volver al lugar de la primera llamada. Jesús pasó por la orilla del lago,
mientras los pescadores estaban arreglando las redes.
Los llamó, y ellos lo dejaron todo y lo siguieron (cf. Mt 4, 18-22).
Volver a Galilea quiere decir releer todo a partir de la cruz y de la victoria;
sin miedo, «no temáis». Releer todo: la predicación, los milagros,
la nueva comunidad, los entusiasmos y las defecciones, hasta la traición;
releer todo a partir del final, que es un nuevo comienzo, de este acto supremo de amor.
También para cada uno de nosotros hay una «Galilea» en el comienzo del camino con Jesús.
«Ir a Galilea» tiene un significado bonito, significa para nosotros redescubrir
nuestro bautismo como fuente viva, sacar energías nuevas de la raíz de nuestra fe y
de nuestra experiencia cristiana. Volver a Galilea significa sobre todo volver allí,
a ese punto incandescente en que la gracia de Dios me tocó al comienzo del camino.
Con esta chispa puedo encender el fuego para el hoy, para cada día, y llevar calor
y luz a mis hermanos y hermanas. Con esta chispa se enciende una alegría humilde,
una alegría que no ofende el dolor y la desesperación, una alegría buena y serena.
En la vida del cristiano, después del bautismo, hay también otra «Galilea»,
una «Galilea» más existencial: la experiencia del encuentro personal con Jesucristo,
que me ha llamado a seguirlo y participar en su misión.
En este sentido, volver a Galilea significa custodiar en el corazón
la memoria viva de esta llamada, cuando Jesús pasó por mi camino,
me miró con misericordia, me pidió seguirlo; volver a Galilea significa
recuperar la memoria de aquel momento en el que sus ojos se cruzaron con los míos,
el momento en que me hizo sentir que me amaba.
Hoy, en esta noche, cada uno de nosotros puede preguntarse: ¿Cuál es mi Galilea?
Se trata de hacer memoria, regresar con el recuerdo.
¿Dónde está mi Galilea? ¿La recuerdo? ¿La he olvidado? Búscala y la encontrarás.
Allí te espera el Señor. He andado por caminos y senderos que me la han hecho olvidar.
Señor, ayúdame: dime cuál es mi Galilea; sabes, yo quiero volver allí para encontrarte y
dejarme abrazar por tu misericordia. No tengáis miedo, no temáis, volved a Galilea.
El evangelio es claro: es necesario volver allí, para ver a Jesús resucitado,
y convertirse en testigos de su resurrección. No es un volver atrás,
no es una nostalgia. Es volver al primer amor, para recibir el fuego que Jesús
ha encendido en el mundo, y llevarlo a todos, a todos los extremos de la tierra.
Volver a Galilea sin miedo. «Galilea de los gentiles» (Mt 4, 15; Is 8, 23): horizonte del Resucitado,
horizonte de la Iglesia; deseo intenso de encuentro... ¡Pongámonos en camino!
Hasta aquí las palabras del papa. Bien sencillo ¿no?
Tras compartir en comunidad la predicación del papa Francisco, nos pusimos en camino…
y esta es parte de nuestra andadura: ¡Con nuestros mejores deseos pascuales!
SOR FIDES:
Mi primero encuentro con Jesús, fue en mi familia.
Aprendí allí la Oración, leer la Palabra de Dios y
seguía a Jesús en las Acciones Católicas: “La vida Cristiana;
La Justicia que es el amor de Dios y del prójimo.”
Con mis Padres y Hermanos. Mi Padre Catequista iba siempre mañana y
volvía la tarde. No podíamos vivir de su salario, era casi nada.
La gente lo llamaba “Cura: Sacerdote” por su predicación y su vida.
Escuché una voz en mi corazón: “¿Si no es Padre de familia, cómo trabajara en la Iglesia?”A 5años sentí el deseo de vivir la castidad para ser toda de Dios y de la Iglesia, y enseñar con ejemplo a los demás, en mi vida Cristiana con el silencio.
SOR AURORA:
Mi Galilea es cuando era pequeña con 8 años, antes de recibir la primera comunión.
Yo recibí la primera comunión con 9 años.
Era también la octava niña de la familia.
A mí me gustaba ir a misa con mi madre y
después de misa volvía a casa con mi madre.
Cada domingo, a mi madre le gustaba preguntarme
a cerca de la palabra de Dios que había oído.
Un domingo cuando estábamos juntos,
con mis hermanos en casa, ella me preguntó
¿Qué has oído hoy en misa? Ese día me acuerdo que
escuché la palabra del Evangelio de San Juan,
donde Jesús dijo a sus discípulos: El amor con que os ameis entre vosotros,
es el signo de que sois discípulos míos (Jn 13, 35). Desde ese momento
yo buscaba cómo podía amar a mis hermanos y a mis amigos.
Recuerdo un día en que mi madre me dio pan, era miércoles.
En ese momento recordé ese amor que Jesús nos enseñó,
y fui a mis amigos para dárselo a ellos, eran cinco.
Cada uno recibió un parte del pan que mi madre me dio.
Por entonces, yo no sabía que algún día iba a ser monja,
escuchando la palabra de Dios a diario.
Todo esto fue fruto del ejemplo de mi madre,
que era muy amorosa, especialmente con los pobres.
Esta es mi Galilea.
SOR ROSALÍA:
Sentí la llamada de Dios desde pequeña aunque no sabía que era.
Todos los domingos, acompañaba a mis hermanos mayores
al ir a las enseñanzas de los niños. Había los maestros
que nos enseñaban a ser buenos hijos de Dios.
A través de mis hermanos y mis padres, aprendí a leer la palabra de Dios,
pero era difícil para mí entender su significado.
Cuando recibí la primera comunión, fui madurando y
conocí más y más lo que Dios nos pide en su palabra.
Al recibir la comunión se me abrieron las puertas del resto de los sacramentos.
Gracias sean dadas a Dios por enseñarme el camino real y
encontrarte en mi vida como el buen pastor.
SOR ARÁNZAZU:
Galilea, mi primera llamada: fue en mi pueblo Armentia,
sentí algo dentro de mí que me llamaba al seguimiento de Cristo.
Jesús pasó a mi lado cuando a los seis años hice mi primera comunión.
Algo sentí en mi interior que- al momento- lo dejé todo, y le seguí.
Era muy niña y no comprendí esa llamada,
pero Él seguía llamando a mi puerta.
Y a los trece años sentí de nuevo la llamada,
lo dejé todo y le seguí al Monasterio.
En mi profesión perpetua redescubrí y
renové mi bautismo, y aquí tuve la experiencia
del encuentro personal con Jesucristo, que me ha llamado a seguirle.
Le doy gracias porque, sin merecerlo, me ha escogido. ALELUYA.
SOR ROCÍO:
Asombra cómo todas tenemos tan claro el momento clave de nuestro encuentro con Jesucristo,
aun cuando para los que nos rodeaban en esos momentos fuéramos más aptas
para material de desecho
(‘descartables’, según vocabulario del papa Francisco)
por nuestra corta edad y luces, que para ser escogidas
por el Señor-el ¡Kirios!Tendría unos trece años cuando
me invitaron a una merienda
junto con todas mis compañeras de clase.
En un momento dado nos hicieron sentar
en torno a una mesa y, sin ton ni son,
nos leyeron un pasaje del evangelio y
empezaron a desentrañarlo.
No venía a cuento para todo
lo que prometía ser esa tarde: teatro, merienda, etc.
No me lo explico y creo que jamás encontraré explicación meramente ‘razonable’,
pero mientras todas mis amigas se marcharon desilusionadas, yo estaba alucinada.
No tengo palabras para expresar lo que me pasó, pero cambió mi vida.
Jesús tocó donde él sólo puede y marcó un pleno al quince.
Jesús no me ha dejado sola un segundo desde entonces,
y ya van muchos segundos….Allí está mi Galilea.
MADRE ANA:
En mi infancia y juventud tuve mucha relación
con las Hijas de la Caridad y fui formada
por ellas en un ambiente muy religioso,
¿cómo no iba a estar mi corazón a la escucha
de la llamada de Jesús?, además me sentía
tan agradecida a esas almas consagradas que
en mi interior albergaba esta convicción: yo seré como ellas.
Y un buen día iba al postulantado de
las Hijas de la Caridad de Tolosa (Guipúzcoa);
allí pasé los 6 meses de formación propio
de este periodo y después, con el grupo de
17 novicias, nos dirigimos al Noviciado
de San Sebastián, que duró un año.
Al preguntarnos los deseos de ampliar
nuestros estudios yo expresé mi inclinación
por los enfermos y ancianos y me enviaron
a Valdecilla a estudiar A.T.S. Durante estos 3 años de estudio y prácticas en el hospital,
el Señor iba CLARIFICANDO lo que yo “TODAVÍA NO VEÍA CLARO”,
sanando las motivaciones de mi vocación, poniendo a mi vista
los obstáculos para seguir en esa vida sumamente activa- PRECIOSA-
y a la vez un gran amor a la oración y al ocultamiento.
Al llegar el momento de un compromiso más permanente con las Hijas de la Caridad,
tuve mis fuertes dudas, y como tenía una amiga que estaba pasando por la misma situación,
nos animamos mutuamente y fuimos a hablar con la Visitadora, a la Casa Provincial,
con el fin de expresar nuestros deseos de salir del Instituto.
Si a la Superiora le sorprendió mi salida, para mí fue motivo de un gran dolor
porque lo asociaba a un rasgo de desagradecimiento, por mi parte,
después de todo lo que ellas habían hecho por mí. Esto necesitaba purificación y
el Señor se encargó de hacérmelo comprender.
Una etapa de transición comenzaba: fui a vivir a Burgos con Carmen,
mi amiga fiel. Ella se buscó un trabajo en una casa, y yo encontré una plaza fija,
en la Residencia General Yagüe, como enfermera. Comenzamos a participar
en el grupo de la Renovación Carismática, reuniones de oración, asambleas,
y nuestra casa se convirtió en casa de acogida para cuantos del grupo
deseaban orar, compartir, etc…
Aparentemente la vida me sonreía: un buen trabajo,
un grupo de hermanos y hermanas con quien compartíamos y
profundizábamos nuestra fe, unas relaciones humanas y fraternas
que iban poco a poco sanando las heridas que siempre deja el pasado.
Sin embargo, en el fondo veía que mi alma no podía descansar
en las criaturas ni en las cosas de este mundo, entendiendo
por descanso PLENITUD Y SOSIEGO; de tal suerte que la limitación
me impedía la paz, vivía con inquietud, en una búsqueda constante,
porque todo lo caduco es limitado, y como una luz interior, me di cuenta
de que el objeto de mi búsqueda era Dios y que solo lo divino se puede desear,
poseer y amar sin medida. Es lo que la Iglesia pone en labios de Santa Inés cuando dice:“Amándolo soy casta, tocándolo quedo limpia, recibiéndolo soy virgen”
Por eso un día al compartir la Palabra con mi amiga, con toda sencillez,
pero como quien rompe el frasco de un perfume de gran valor,
le comenté lo que bullía por dentro. Fue un momento emocionante:
las dos nos sentíamos llamadas por Jesús.
Era comienzos del año 1978 cuando, movida por esta búsqueda,
me acerqué al monasterio de Las Huelgas de Burgos, famoso
por su rica historia, con el fin de informarme de su vida.
En el transcurso de la conversación con la M. Abadesa,
vi con toda claridad que el carisma era el que buscaba,
no tan claro que fuese esa comunidad concreta,
porque el número grande me asustó.
Nuevamente el Señor escribiendo derecho, de las Huelgas
me dirigió a Villamayor, hacia una comunidad más reducida.
Hice la experiencia en el mes de marzo y
el 13 de mayo de ese año 1978 ingresaba como postulante.
Permanezco en el monasterio 36 años y
soy feliz, y ahora que “voy a mi Galilea”,
al recordar mi primer amor, solo me sale
un grito de agradecimiento a mi Señor,
a la vez que se enciende el deseo
de seguirle mejor cada día. Aleluya¡¡¡
« JÓVENES QUE LLEGARON- Septiembre 2013 Saludos de nuestra hermana novicia »
Monasterio Cisterciense
Santa María la Real