Monasterio Cisterciense Santa María la Real de Villamayor de los Montes -Burgos, España-

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Nuestro claustro

Explicado desde su sentido espiritual más profundo

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Para acercarse a este ámbito sagrado con el debido respeto hay que haberlo cruzado cientos de veces.
No es lo mismo acudir de visita, que dejar fluir la vida por sus cuatro canales. Quizás, tú mismo,
leyendo estas líneas comprendas que se trata de algo más 
que un recinto ajardinado con bellos rosales,
y te sorprendas de cuanto revelamos sobre este pequeño oasis en medio de nuestro monasterio.

 El monasterio se concibe como reducto de los que buscan a Dios. Siendo Dios el motor
de dicha iniciativa de búsqueda, va a ser Él quien organice y disponga todo en esta «casa».

planta paradisus claustralisEn pura lógica, es la Iglesia conventual la primera célula
de este «organismo»
, que encuentra su razón de ser
exclusivamente en Dios. La situación, orientación y
levantamiento de la Iglesia, determina la anexión
del espacio colindante del que vamos a hablar: el claustro.
Su misión “vicaria”, haciendo de puente entre Iglesia y
demás recintos del monasterio, es tan significativa que
incluso nombramos al todo por la parte. Hablamos del
apartamiento ‘claustral’ o del recinto ‘claustral’,
o de los monjes de tal o cual ‘claustro’. 
No es un simple distribuidor; los monjes
más bien lo entendemos como cauce de la vida que
fluye partiendo de la Iglesia, concretamente del altar,
y corre hacia todas las estancias de la casa.

 

 

 

FOTOVista aérea mirando hacia la Iglesia

Vista aérea mirando hacia la Iglesia

En el monasterio no hay una sola piedra puesta al azar; tampoco ningún canto
del enchinarrado de su claustro es casual.
Los cistercienses impusieron unos criterios de simplicidad y sencillez
en la arquitectura de sus claustros/monasterios y se abstuvieron de ornamentos superfluos.
La arquitectura cisterciense toma Gn 1,26 «y dijo Dios: hagamos al ser humano a nuestra imagen…»,
núcleo de la historia de la salvación según los Padres de la Iglesia y lo ilustraron con imágenes plásticas.vegetación en piedra

 ¿Cómo concibieron el claustro y seguimos concibiéndolo a día de hoy?
Dicho en latín, es el «paradisus claustralis». Este recinto de planta cuadrada es una construcción simbólica del paraíso ‘perdido’. Su zona ajardinada, su fuente, sus arcos con pilares de fuste dórico y capiteles con una sencilla decoración vegetal, recrean el verdor de la Creación en sus orígenes:
el sonido del agua y de las aves, cuando el hombre paseaba con Dios a la hora de la brisa,
como un amigo lo haría con su amigo, fue un tiempo que se perdió, por el alejamiento del hombre.
(cf. Gn 3,8)

La ruptura entre Dios y el hombre conllevó la ruptura del hombre dentro de sí.
Los primeros cistercienses llevaron a la piedra la antropología bíblica que es unitaria,
reuniendo las piezas que el misterio del Mal dispersó.

El diablo, del latín «dia-volo» (dos voluntades) sedujo al hombre que pasó de tener su voluntad
unida a la de Dios, a tenerla dividida. Como explican Nuestros Padres cistercienses,
el hombre conservó la «imagen divina»- su capacidad de Dios-, pero perdió su «semejanza»,
perdió su tendencia u orientación innata hacia Dios; ya no ve con claridad qué es lo que le conviene,
tal como Dios se lo permitió ver al principio.
División que recoge san Pablo en una de sus cartas: «Pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu,
y el espíritu contrarias a la carne, como que son entre sí antagónicas,
de forma que no hacéis lo que quisierais
» (Gal 5, 17)
Herederos de la cultura grecolatina, sin darnos cuenta tenemos concepciones dualistas:
como si “tuviéramos”
alma y cuerpo. Los nombramos por separado, además de tratarlos
como “pertenencias” de nuestro
ser. Ni “tenemos” cuerpo ni “tenemos” alma:
Soy cuerpo y simultáneamente soy alma, que es muy diferente. 

Hecho este inciso, volvamos al claustro.

La Creación habla de Dios, y dentro de ella un lugar privilegiado de
encuentro con Dios es el propio ser humano.
Distinguimos, con la tradición cisterciense y anterior a ella, cuatro dimensiones en el ser humano.
San Pablo cita tres de ellas: «que todo vuestro ser, el espíritu, el alma y el cuerpo»(1 Tes 5,23),
que se completan con su dimensión social.
Cada una de ellas es representada por una panda del claustro; unidas constituyen la persona entera,
pero recordemos que el diablo introdujo la división entre ellas

Panda «espiritualis»
Panda «carnalis»
Panda «animalis»
Panda «socialis»

La primera panda- tangente a la Iglesia- no puede ser otra que la «spiritualis».
El enchinarrado presenta elementos elaborados, pero no asimilables a meros objetos;
arcos y círculos se entrecruzan, a lo mejor simulando una cosmología, con sus bóvedas celestes.
En un extremo de la panda distingo unos cantos componiendo una 'palabra'.
Por esta panda que linda con la Iglesia, donde el espíritu se alimenta de los sacramentos y la liturgia,
el monje caminaba rumiando la Sagrada Escritura, como parte del ejercicio de lo que llamamos
«
lectio divina». Lo hacía en voz alta, como buena pedagogía para retener de memoria los contenidos,
e ir desentrañándolos a lo largo del día. Algo práctico, teniendo en cuenta la escasez de
libros disponibles en la comunidad. Estos escasos volúmenes se guardaban en el «
armariorum»,
con puerta en el extremo de la panda «
animallis» en contacto con la «spirituallis».
La panda «
spirituallis» por su orientación sur es la más soleada y cálida.
Se sobrentiende que la más agradable para las idas y venidas del monje en su rumia de la Palabra.
Incluso una arcada más ancha sobre un sepulcro, permite el paso más diáfano de los rayos del sol.

carnaEnfrente de la «spiritualis»,
es decir,
en la orientación norte,
tenemos
la panda
«carnalis»
.
A ella originariamente
daban puerta
las estancias destinadas
al
cuidado del cuerpo:
el refectorio y
el «
calefactorio»
al que los monjes
acudían
tras lavarse pies y manos
en la fuente, para
entrar en calor, antes de ir a comer.

 

 


Este local se concebía como la típica 'gloria’ de las antiguas casas castellanas, haciendo
de estufa del refectorio contiguo. El enchinarrado de esta panda evoca este cuidado corporal
con imágenes de caza. Un cazador empuña un cuerno avisando de la cercanía de la presa,
liebres y conejos se distribuyen en torno.

Continuamos nuestro recorrido por la panda «animalis», no de animal, solemos aclarar
a los visitantes, sino del latín «
anima», es decir ‘alma’, tanto como decir que
se destina a alimentar el alma. Se sitúa al este, uniendo la «spiritualis» y la «carnalis».
Lo más significativo es que en ella se da entrada a la Sala Capitular, llamada así pues en ella
leemos diariamente un capítulo o fragmento de la Regla de san Benito, de quien somos hijas espirituales.
También es allí donde la abadesa imparte ya sea algo de formación espiritual,
o nos exhorta a mejorar en algún aspecto de nuestra vida monástica. Dicha sala,
ahora protegida de la intemperie por unos ventanales con arco de medio punto,
permanecería originariamente abierta al claustro a través de unas arcadas,
de manera que mientras unas monjas atendían a la instrucción sentadas en el interior,
las que no cupieran tuvieran opción de hacerlo permaneciendo en el exterior.
El enchinarrado es de lo más explícito al evocar la necesidad de alimentar
nuestra alma sirviéndose de dos imágenes bíblicas muy recurrentes: una cierva y un águila.
El salmo 41 (42) describe al alma sedienta cual cierva que busca agua viva… «así mi alma te busca a ti, Dios mío». En hebreo el término quecierva sedienta claustro nosotros traducimos por ‘alma’ designa tanto al alma como a la garganta. Nuestros hermanos mayores- los judíos- nos enseñan la más genuina concepción unitaria que debemos tener del ser humano: cuerpo y alma desean a la par. La cierva se dobla sobre la corriente para beber, calmando la quemazón del veneno de la serpiente que acaba de engullir.
Que la cierva se abreve en esta parte del claustro y que el águila se eleve batiendo sus alas, a la altura de la Sala Capitular no es fruto de la casualidad. En el fondo,
el ser humano está hecho para volar bien alto, pasando de las realidades terrenas a Dios.
Recordamos que es en esta panda donde se conserva la Palabra de Dios en el «
armariorum».
La otra mitad de la panda «animalis» sufrió un estrago por parte de una de nuestras abadesas.
Pertenecientes a familias nobles en su mayoría, debió suceder en la sede abacial,
una de ‘armas tomar’ que quiso dejar impronta de su noble ascendencia:
levantó parte del enchinarrado original, y dejó su escudo familiar
compuesto por trece ‘roeles’ (moneda antigua castellana) sostenido por
dos leones rampantes rojizos, así como unas insignias y armas.
 
Así se escribe la historia…

La panda del lado Oeste es la «socialis». Hace referencia a la dimensión social del hombre,
en cuanto a criatura que nace, crece y se realiza en relación a otros hombres.
Aquí se ubicaron dependencias que acentúan la realización humana por medio de
la relación con el mundo del que, por otra parte- la monja toma cierta distancia.
El Monasterio, lugar que privilegia la búsqueda interior de Dios, no necesitaba de
más contacto con el exterior, que la de procurarse la entrada de suministros,
y las salidas al trabajo en las granjas situadas fuera del “recinto claustral”.
Dependencias como las cuadras, la despensa y las bodegas se distribuían a lo largo de esta panda.
La reconstrucción de esta zona modificó su distribución original,
pero no sofocaron del todo su sentido, y se conserva en el pavimento un espléndido jarrón.
En su intersección con la panda «carnalis» se repite el nudo salomónico que hay en el extremo opuesto.

 

 

Después de esta descripción por partes, retomo el libro del Génesis que apunte al inicio.
El monje circula en sus desplazamientos por el claustro; no lo atraviesa sino que
necesariamente debe rodearlo; unas veces atendiendo sus necesidades corporales,
otras dejando los quehaceres domésticos para acudir al oficio litúrgico y
renovar su atención exclusiva en Dios.
De modo que a lo largo de los años, sin darnos cuenta, las aristas de este ‘cuadrilátero’
se van erosionando, hasta quedar romas.

Es cuando todo se unifica; el cuadrado se transforma en círculo,
símbolo de la simplicidad y unicidad del Dios UNO, sin división.
Somos plenamente monjes- del griego:
«monos»-,
es decir uno, unificado.
El hombre recupera su unión con Dios, la amistad perdida.

Experimentamos que no hay ruptura en nuestro ser humano.
Atendemos nuestras necesidades del espíritu, del cuerpo, del alma, del corazón... ¡sin división!
Esa es la plenitud que buscamos…




« Agradecidas al Sagrado Corazón de Jesús Vicente, Sabina y Cristeta mártires »

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